Dos poemas

El pelo que has dejado en nuestro lecho,
en los distintos lugares donde nos hemos amado,
como dos caballeros que acuden a un duelo,
se hizo nido en mi garganta,
soga alrededor de mi cuello.

Trozos de tu piel se esconden
entre los pliegues de nuestra sábana,
bajo mis uñas,
entre mis dientes.

Veo tu cuerpo desnudo y traicionado.
Me pregunto:
¿Dónde podría hundir el cuchillo antes que despiertes?
¿En qué parte la muerte te resultará más certera?
¿Dónde sino en mi pecho?

Hector Avellán


Vieja alameda triste en que el árbol medita,
en que la nube azul contagia su quebranto
y en que el rosal se inclina al viento que dormita:
te traigo mi dolor y te ofrezco mi llanto.

He vuelto. Soy el mismo. La misma sed que me aqueja
y embelesa mi oído idéntica canción,
y soy aquel que ama el minuto que deja
un poco más de llanto dentro del corazón.

He vuelto. A tu silencio otoñal, he buscado
vanamente mis huellas entre todas las huellas,
y mi ilusión es una hoja muerta de aquellas
que estremecía el viento y que el sol ha dorado.

...Y mientras quiero acaso recomenzar la senda
y un mal irremediable consume los destellos
del sol, vieja alameda, y te guardo mi ofrenda,
tú contemplas mis ojos y miras mis cabellos.

Salvador Novo