Poesía - Walt Whitman

Creo que una hoja de hierba, no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación más pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,
supera todas las estatuas,
y que un ratón es milagro suficiente,
como para hacer dudar,
a seis trillones de infieles...


...El viaje que emprendo es eterno,
¡que todos me oigan!.

Mis signos son un capote contra la lluvia,
fuertes zapatos y un bastón cortado en el bosque,
en mi silla no sestean los amigos,
no tengo cátedra ni iglesia ni filosofía,
no llevo a ningún hombre a una mesa puesta, a la biblioteca, a la bolsa,
pero a cada uno de vosotros, hombre o mujer, lo llevo a una cumbre.

Mi brazo izquierdo ciñe tu cintura,
mi derecha señala los continentes y el gran camino.

Ni yo ni ningún otro puede andar por ti ese camino,
eres tú quien debe andarlo.

No queda lejos, está a tu alcance,
quizá estabas en él desde que naciste y no lo has sabido,
quizá esté en todas partes, en mar y en tierra.

Échate tus prendas al hombro, hijo mío, y yo traeré
las mías y apresurémonos;
ciudades prodigiosas y naciones libres nos saldrán al paso.

Si te cansas, dame las dos cargas y apoya tu mano en mi cadera,
y a su debido tiempo me devolverás el mismo servicio,
Porque ya emprendida la marcha nunca descansaremos.

Demasiado tiempo has vadeado, asido de una tabla en la orilla,
ahora quiero que seas un nadador, que te arrojes al mar,
que reaparezcas, que me hagas una seña,
que grites y que agites el agua con tus cabellos.