“¡Lo llevas claro chaval! No sabes la mili que te espera.”
De todo lo aprendido y de todo olvidado, este es el primer recuerdo que viene a mí cuando vuelvo a aquellos años. Ha llovido desde entonces, pero su recuerdo sigue sobresaltándome con el mismo poder del rayo. Igual que éste, aquella recomendación venía vestida de amenaza, y era este vestido el único que captaba tu atención y tu miedo.
De la miseria y esperanza de aquellos años, aquel tiempo lo veo como un nuevo parto, como un nacimiento tardío, pero igual de doloroso, y que llega cuando uno cree que ya lo sabe todo. Pero para esa alba, tenía que llegar antes el olvido de lo que uno había aprendido a lo largo de todos esos abriles; y tras ese vacío la violenta luz se colaba a golpe de tambor arañando profundamente tu sentir, para hacer hueco a un universo íntimo y profundamente detallado que abarcaba un campo enorme de ritos, valores, códigos morales, que delimitaban cada paso, cada segundo de la vida que allí perdías.
En ese galimatías, donde los objetos sufrían las mismas condenas que las personas, equiparándose el tratamiento y la consideración que a ambos se tenía entre esas cuatro paredes que la gloria había dejado huérfanas, por mucho oropel de mierda patriotera con que se vistieran, era una cárcel de doce meses; ni un día menos, aunque puede que unos días más, pues los calabozos estaban a la orden del día.
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