El enamorado (Ocnos) - Luis Cernuda

Con esta entrada doy por concluída en esta sección la serie de fragmentos poéticos del libro Ocnos (entre otras razones por no estropear el libro de tanto escanearlo, jejeje), si queréis ver el resto debereis comprar el volumen o consultarlo en cualquier biblioteca; si os gusta la poesía y Cernuda yo os lo aconsejo.

«Estabas en el teatro de verano, donde la noche y las estrellas era lo que sobre sus cabezas veían aquellas criaturas allí congregadas, anulando con un misterio más real, una vastedad más dramática, el acontecer trivial de la escena. Sentado entre los suyos, como tú entre los tuyos, no lejos de ti le descubriste, para suscitar con su presencia, desde el fondo de tu ser, esa atracción ineludible, gozosa y dolorosa, por la cual el hombre, identificado más que nunca consigo mismo, deja también de pertenecerse a sí mismo.

Un pudor extraño, defensa quizá de la personalidad a riesgo de enajenarse, tiraba hacia dentro de ti, mientras una simpatía instintiva tiraba hacia fuera de ti, hacia aquella criatura con la que no sabías cómo deseabas confundirte. Animada por los ojos oscuros, coronada por una lisa cabellera, qué encanto hallabas en aquella faz, irguiéndose sobre el cuello tal sobre un tallo, con presunción graciosa e inconsciente.

No fue esa la primera vez que te enamoraste, aunque sí fue acaso la primera en que el sentimiento, todavía sin nombre, urgió sobre tu conciencia. Luego tu sentimiento se olvidó, lejos la causa de él, como se olvida un despertar breve del amanecer cuando la luz apenas despunta y el cuerpo cae de nuevo en la ignorancia del sueño. Ni pen-saste que podías no verle más, inapercibido ante la premura del tiempo, tan temprano aún, que apenas si en la vida nos permite espacio para la ternura de que seríamos capaces.

***

Aquella noche prendió en ti sólo una chispa del fuego en el cual más tarde debías consumirte, para renacer igual que el fénix. Mas a su fulgor entreviste ya la hermosura del cuerpo juvenil, casi sin saber desearlo todavía, al que ninguna flor equivale en matiz, en contorno, en gracia, siendo además, o pareciendo, capaz de respuesta ante la admiración apasionada de un amante.

Otros podrán hablar de cómo se marchita y decae la hermosura corporal, pero tú sólo deseas recordar su esplendor primero, y no obstante la melancolía con que acaba, nunca quedará por ella oscurecido su momento. Algunos creyeron que la hermosura, por serlo, es eterna (Como dal fuoco il caldo, esser diviso —Non puó'l bel dall'eterno), y aun cuando no lo sea, tal en una corriente el remanso nutrido por idéntica agua fugitiva, ella y su contemplación son lo único que parece arrancarnos al tiempo durante un instante desmesurado.»