El escándalo - Luís Cernuda

Luis Cernuda no solamente escribió poesía propiamente dicha, también se adentró en lo que se podría denominar "prosa poética". Tal es el caso de "Ocnos"; el más significativo de sus volúmenes en prosa y uno de los títulos capitales de toda su obra.

El libro comenzó a gestarse en Londres, cuando el poeta asume que se encuentra en el exilio y que no volverá a España. Será, sin embargo, en Glasgow donde la obra recibirá su mayor impulso durante el año 1941.

La primera tirada, publicada por la editorial londinense "The Dolphin" en 1942, incluye 31 poemas.

En 1949, "Ínsula" publica una segunda edición, aumentada y revisada, del libro.

En 1963, meses antes de fallecer, Cernuda termina de revisar nuevamente la obra, que conocerá tras su muerte una tercera edición en la que se incluyen 63 poemas.

Aunque a lo largo del libro no se menciona "Sevilla" ni una sola vez, el amor por su ciudad natal se percibe claramente en todos los poemas de "Ocnos".

Para este post he elegido transcribiros el poema "El escándalo", pero seguramente en futuros posts subiré algún otro, ya que verdaderamente vale la pena recrearse con la belleza de su prosa:

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En las largas tardes del verano, ya regadas las puertas, ya pasado el vendedor de jazmines, aparecían ellos, solos a veces, emparejados casi siempre. Iban vestidos con blanca chaqueta almidonada, ceñido pantalón negro de alpaca, zapatos rechinantes como el cantar de un grillo, y en la cabeza una gorrilla ladeada, que dejaba escapar algún rizo negro o rubio. Se contoneaban con gracia felina, ufanos de algo que sólo ellos conocían, pareciendo guardarlo secreto, aunque el placer que en ese secreto hallaban desbordaba a pesar de ellos sobre las gentes.

Un coro de gritos en falsete, el ladrar de algún perro, anunciaba su paso, aun antes de que hubieran doblado la esquina. Al fin surgían, risueños y casi envanecidos del cortejo que seguía insultándoles con motes indecorosos. Con dignidad de alto personaje en destierro, apenas si se volvían al séquito blasfemo para lanzar tal pulla ingeniosa. Mas como si no quisieran decepcionar a las gentes en lo que éstas esperaban de ellos, se contoneaban más exageradamente, ciñendo aún más la chaqueta a su talle cimbreante, con lo cual redoblaban las risotadas y la chacota del coro.

Alguna vez levantaban la mirada a un balcón, donde los curiosos se asomaban al ruido, y había en sus descarados ojos juveniles una burla mayor, un desprecio más real que en quienes con morbosa curiosidad les iban persiguiendo. Al fin se perdían al otro extremo de la calle.

Eran unos seres misteriosos a quienes llamaban «los maricas».